miércoles, 16 de marzo de 2011

Teletransporte del ADN en nanoestructuras del agua.

Limitado por mis seiscientas palabras, sólo puedo descubrirme ante el estudio en el que está implicado actualmente el doctor Luc Montagnier, conocidísimo por sus estudios sobre el VIH.
Ha encontrado que el ADN puede teletransportar su información; que el agua puede recoger ésta y acumularla; que es posible que varias enfermedades crónicas, como el Alzheimer o el párkinson, estén provocadas por microorganismos; y ya de paso, como corolarios de su estudio, podemos extraer nuevos tratamientos contra el SIDA e incluso plantearnos si enfoques terapéuticos como el uso de cristales, o la homeopatía pudieran tener efectos mensurables y racionales.
Como hemos dicho, Montagnier está muy centrado en el VIH, el virus del sida, que habitualmente lleva como compañera de viaje a la bacteria Mycoplasma pirum. Y fue con ella con la que Montagnier tuvo una dificultad: tratando de separarla del virus, filtró un cultivo de linfocitos en el que ambos crecían y aplicó al filtrado una serie de pruebas químicas que habrían puesto de manifiesto su presencia ahí. No salió nada; el filtrado estaba totalmente limpio de bacterias. Y sin embargo, al cabo de dos o tres semanas... aparecieron Mycoplasmas en él.
Lo primero que pensó Montagnier fue que la bacteria se había disgregado en trozos que pasaron todos los filtros, y que esos trozos de ADN y demás componentes llegaron a recomponer a la bacteria. Algo en sí mismo tremendo y revolucionario. Lo extraño fue que las pruebas que iban a revelar la presencia en los filtrados de dichas partículas dieron todas negativo. De algún modo, era como si el ADN de las bacterias hubiera logrado imprimir alguna clase de señal en el medio de cultivo filtrado, acumulando en él su información genética, para que después, en las condiciones adecuadas, pudiera ser recuperada.
Es posible, por supuesto, que hubiese algún error de procedimiento que permitiera una contaminación del cultivo. Pero siendo Montagnier todo un premio Nobel de medicina, y teniendo un equipo de investigadores a la altura de las circunstancias, sospechó que tal vez se trataba de algo más complejo.
Detectaron ondas electromagnéticas de muy baja frecuencia que eran emitidas por las diluciones de los filtrados de cultivos de microorganismos. Analizando los componentes de partida de las bacterias, encontraron que su ADN purificado emitía esas mismas ondas. Era un fenómeno del tipo “todo o nada”, producido también, por ejemplo, por una secuencia extremadamente diluida de 104 pares de bases del VIH en la que se centró. Estando prácticamente formadas ya casi sólo por agua –de diluidas como estaban-, Montagnier se refiere a ellas como nanoestructuras de agua. Éstas aguantan tratamientos con enzimas que digieren el ARN, ADN y proteínas: son sólo agua.
Además, en condiciones adecuadas, dejó que la radiación de uno de estos tubos de diluciones alcanzase a un tubo de agua pura hasta que esta,  que en ningún momento estuvo en contacto con el ADN que se diluyó en el primer tubo, empezó a emitir una señal electromagnética de la frecuencia adecuada. Es decir: la información acumulada en el primer tubo fue capaz de modificar a distancia el tubo de agua pura y formar en ella estructuras similares.
Y de la información impresa en ese tubo de agua pura fue capaz de reconstruir –de la nada- una secuencia de 104 nucleótidos prácticamente idéntica a la de partida.
Así pues, el ADN es capaz de formar nanoestructuras en el agua que pueden perpetuar fielmente su información e incluso transmitirla a distancia. Incluso, es posible que este ADN reconstruido pueda aprovechar la maquinaria celular del hospedador para reconstruir el resto de sus estructuras.
Este teletransporte se ha obtenido también del plasma de pacientes que sufrían enfermedades crónicas, como el Alzheimer, por lo que quizá debamos buscar un origen infeccioso a las mismas. 

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