domingo, 1 de mayo de 2011

Ni genético, ni radical.

Dos noticias han salido en estas últimas semanas que pueden hacernos recapacitar sobre lo que pensamos acerca de nuestra evolución. La primera viene de un estudio publicado en PNAS por Wil Roebroeks y Paola Villa, de la Universidad de Leiden y de la del Museo de Colorado, en Boulder. En él analizan el uso del fuego, uno de los logros más trascendentes del género Homo. Se estima que los homínidos africanos de hace 1,6 millones de años ya lo utilizaban de manera regular, e incluso hay quien retrocede hasta los 2 millones de años para vincularlo a cambios en nuestra dieta que nos permitieron desarrollar más nuestros cerebros –que consumen muchísima energía-, y a establecer el concepto de hoguera, en torno a la cual se habría favorecido el desarrollo social y la interacción intelectual de nuestros ancestros. En ese escenario, parecía claro que los humanos antiguos que se expandieron por Europa, y sobre todo por sus latitudes norteñas, bien frías, lo hicieron gracias al uso del fuego, que les permitió superar los rigores del clima. La sorpresa ha llegado con esta investigación, que ha analizado multitud de yacimientos europeos buscando evidencias de uso del fuego, como huesos quemados, restos de carbón, o sedimentos calcinados. Discriminando con pruebas micromorfológicas –no pregunten- entre lo que podrían ser restos de un incendio natural y lo que sería una hoguera humana, Roebroeks y Villa concluyeron que hasta hace unos 300.000 ó 400.000 años no se utilizó el fuego de una manera regular en el viejo continente.
Sin embargo, hay evidencias de que los homínidos se establecieron en la zona boreal hace ya 800.000 años.