He elegido inaugurar el Laboratorio del Imaginante con este tema
porque reúne al mismo tiempo algunos de los campos punteros de la ciencia que
vamos a tratar aquí: la genética, que está suponiendo una revolución; la
biotecnología; la nanotecnología y, por supuesto, la convergencia de todo esto
en los seres humanos, para los que va a cambiar la vida de una manera
ostensible.
Un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. La
nanotecnología trabaja en la escala de los átomos, las moléculas. El famoso
grafeno es una lámina de carbono de un sólo átomo de espesor, y un nanotubo de
carbono sería una de estas láminas enrollada (ya veremos estos nanotubos cuando
hablemos de interfaces cerebro-máquina). Los nanorrobots según vamos a verlos
hoy, serían máquinas que trabajan a una escala molecular.
La relación de esto con la medicina de vanguardia empieza a tener
sentido gracias a la incorporación de nuevas investigaciones. Todo empezó con
el famoso Proyecto Genoma Humano, con el que se secuenció el genoma. Después,
hemos ido sabiendo qué partes de ese genoma corresponden a genes, qué función
realizan y cómo se controlan y se interrelacionan con los demás.
Y también, con cuales de ellos hay una relación
clara entre mutaciones y enfermedades graves.
El laboratorio...
Por ejemplo, el estudio de las mutaciones de los cánceres. Los
investigadores han encontrado puntos en común entre todos los enfermos. En
concreto, se trata de 138 genes que podríamos llamar críticos. Un tumor
estándar tiene entre 2 y 8 de estos genes mutados. Puede haber más, pero estos
son los que importan.
Con esta información pueden
establecerse protocolos de detección temprana, así como terapias especificas
según la mutación (ojo que esta previsión no derive en una especie de Gattaca o
Un mundo feliz, donde la potencialidad que indica la genética se asume como una
certeza inamovible. Hay interacciones entre genes, influencia del ambiente en
la expresión o no de dichos genes, y en el estado final del organismo -alimentación,
ejercicio, exposición a sustancias nocivas o radiaciones, etc...-. No todo está
determinado).
Este conocimiento y otros avances paralelos está
permitiendo a los investigadores una nueva clase de tratamientos que podríamos
llamar “de francotirador”, frente a las bombas atómicas actuales. Imaginemos
por ejemplo un tratamiento corriente de quimioterapia contra el cáncer. Se
inyectan unos fármacos que se distribuyen a través del sistema circulatorio por
todo el cuerpo, unos fármacos que suelen actuar atacando a los tejidos con una
alta tasa de división celular, como los tumores, pero que también afecta a
partes sanas del organismo como las mucosas, el pelo, o la médula ósea: de ahí
los temidos efectos secundarios que debilitan enormemente a los pacientes.
Y ahora la alternativa: un pequeño dispositivo, al
que podríamos llamar nanorrobot, y en cuyo interior acumulamos una cierta
cantidad de fármaco. Un fármaco, además, que podría haberse diseñado
específicamente para luchar contra ese tumor concreto, caracterizado con un
estudio individualizado. Pues bien, este dispositivo iría por la sangre, como
antes, pero lleva unos marcadores específicos en su superficie para que solo se
una a las células del tumor. A ellas y a ninguna otra. Sería un pequeño
ejército corriendo por el interior de nuestro cuerpo, yendo a la caza. Y
entones, una vez que encontrasen a las células tumorales y se uniesen a ellas,
inyectaría la toxina en su interior. Pues bien, esto ya existe. Al menos en
laboratorio.
Habría posibilidad de hacer nanorrobots biológicos teleridigidos, que
utilizarían, por ejemplo, flagelos como los de las bacterias para moverse, y
que podrían guiarse mediante campos magnéticos para los que serían sensibles
–también se han hecho experimentos exitosos con elementos inertes llenas de
fármaco y de partículas magnéticas, que se han llevado hasta el órgano de destino
utilizando campos magnéticos. Como mover limaduras de hierro con un imán-. Los
que estamos viendo se mueven transportados por la sangre y se autodirigen porque
solo se unen a las células para las que están diseñados. Pueden aplicarse
también en la zona con microcirugía.
También hay nanodispositivos mecánicos, pero vamos a hablar sobre todo
de los biológicos: las proteínas (y el ADN como estructura) como partes móviles
y activables
Un ejemplo son las partículas construidas sobre una
plataforma proteica de nanoporfirinas.[1]
Componen una especie de bolsa en cuyo interior se guarda el fármaco. Estas
nanoporfirinas pueden usarse también en la terapia fototérmica: se unen a las
células que queremos y luego convierten la luz –suele usarse la infrarroja- en
calor dentro de los tumores, para así matar sus células. También se han usado
nanoesferas de oro recubiertas de anticuerpos específicos para unirse a las
células del tumor.
Otro ejemplo: nanorrobots de ADN (nubot, nucleic acid robot) en los
que se ensamblan anticuerpos y marcadores fluorescentes para señalar la
presencia de células determinadas.
Estos son interesantes porque realizan un pequeño
proceso de computación: solo liberan su carga si determinan que la célula reúne
ciertos requisitos. Pueden acoplarse a la vez varios de estos dispositivos
moleculares, para minimizar los efectos secundarios aumentando la
especificidad. La célula objetivo tiene que tener todos los marcadores. Así no
se afectan a células parecidas pero sanas.
Se lanzan cada uno de los dispositivos, y cuando en
una célula coinciden todos, se autoensamblan y producen una reacción en cadena
que es lo que se traduce en el tratamiento. Exponen por ejemplo el anticuerpo
para que el sistema inmune destruya la célula, o bien provocan en esta un
proceso de suicidio.
Uno de los problemas de los nanorrobots es que sean destruidos por el
propio sistema inmune, que no sabe que tiene delante a unos mercenarios
aliados: se usan a veces envueltas inspiradas en las de algunos virus para
eludirlo. Y también para llevar las proteínas de reconocimiento.
Una novedad prometedora son los virus oncolíticos,
virus modificados –como el adenovirus del catarro- para proliferar solo en las
células cancerosas, a las que destruirían en el proceso.
También pueden usarse los nanorrobots
como vectores para terapia génica in vivo. Este ya me gusta más porque le
da una vuelta de tuerca. Aquí es
donde enlazamos con lo del Genoma Humano que vimos al principio.
Imaginemos cualquier enfermedad basada en un
defecto genético. Yo puedo usar el sistema anterior para llevar un fármaco
adecuado a las células del órgano dañado. Imaginemos una proteína que
interviene en una ruta metabólica y que está ausente.
Pero, ¿por qué suministrarle permanentemente un
medicamento a un órgano enfermo cuando podríamos inyectarle una versión sana
del gen que tiene mal?
Esto de sustituir in vivo genes enfermos por genes sanos, que es muy difícil, ya se
ha conseguido hacer con ratones en el Hospital Infantil de Filadelfia. Curaron
a ratones enfermos de hemofilia B inoculándoles copias correctas del gen que
tenían defectuoso. In vitro se había conseguido cosas similares. Luego había
que reintroducir en el paciente estas células modificadas. Es muy difícil
conseguir que se inserten los genes sólo en las células diana... y eso se ha
conseguido gracias a los vectores, que podemos verlos perfectamente como
nanorrobots biológicos y partían de virus que se habían modificado para poder
llevar la carga que los investigadores quisieran.
Estaban diseñados para entrar sólo en las células
del hígado en las que se forman los factores de coagulación. Unos de los
vectores llevaría unas enzimas diseñadas ad
hoc para cortar el gen defectuoso, y otros llevarían copias correctas del
gen para ocupar su lugar en la cadena de ADN.
...del imaginante:
Si las investigaciones actuales ya vemos que van tan avanzadas, ¿qué
podríamos imaginar para el futuro? Pues muchas cosas fantásticas.
En primer lugar, nanorrobots como anticuerpos de diseño para marcar
células cancerosas y que el propio sistema inmune destruya a los tumores. Es
decir, acabaríamos con el cáncer consiguiendo que el propio cuerpo terminase
con él y lo limpiase.
Esto normalmente se hace, el sistema inmune reconoce y destruye a las
células que se han salido de madre, pero en ocasiones estas consiguen
camuflarse y van escapando a todos los sistemas de control y deriva en un
tumor. El sistema inmune se queda ciego ante él. Ya no sabe a donde lanzar sus
misiles –que los tiene; los linfocitos T son como un enjambre de misiles
Patriot-.
Con estos nanodispositivos diseñados según cada caso podríamos marcar
las células cancerosas. Sería como los misiles dirigidos por láser. Y en este
caso el láser sería el nanorrobot. Es decir, por un lado serían capaces de
reconocer los disfraces de las células cancerosas y unirse a ellas. Y entonces
enviarían una señal para que los linfocitos del sistema inmune fueran allí y
las destruyeran.
Nanorrobots como vectores para introducir no versiones sanas de
genes enfermos, sino “genes milagrosos”, como los de los deportistas de
élite para sustituir a nuestros genes “corrientes”. Quizá pueda obtener el
efecto transitorio de estos genes con una inyección de nanorrobots que lleven
esas proteínas milagrosas a los músculos, o al cerebro, o a la sangre, y logren
ese efecto por un tiempo limitado: “Superfuerza para el combate de mañana”.
Pero ya que estamos pagando por ello, mejor introducir el gen de manera
definitiva.
Fuerza muscular explosiva: polimorfismo R577X en el
gen de la alfa-actinina-3.
Resistencia a la fatiga: variante 1 del gen ACE.
La eficacia del trasporte de oxígeno de un
esquiador de fondo o de un ciclista: variantes selectas del gen EPOR, receptor
de la eritropoyetina con el que poder llevar hasta un 50% más de oxígeno en la
sangre.
Hay más de doscientos genes identificados que
afectan a la potencia, a la explosividad, a la resistencia de los deportistas.
Y también podríamos seleccionar las variantes
genéticas responsables de tener un sistema inmunológico hiperdesarrollado, o
una visión absolutamente perfecta, o buscar variantes que facilitasen la
creación de un ambiente cerebral superdotado que facilitase la transmisión de
impulsos nerviosos o la creación de nuevas conexiones entre neuronas.
Esto podría usarse en medicina, claro, pero
también, por ejemplo, para fabricar “supersoldados”, o para moldear una nueva
raza de millonarios que no solo estarían más morenos y vivirían mejor, sino que
además podrían mejorarse genéticamente.
Pero, ¿y si pudiésemos utilizar la técnica anterior para hacer humanos
transgénicos, con genes de otras especies en algunos de nuestros tejidos?
–o llevando al menos a esos tejidos las proteínas ultra potentes de otros seres
vivos no humanos-.
Por ejemplo, conseguir que nos broten extremidades
perdidas utilizando un tratamiento que integrase los genes que usan los
lagartos para regenerar sus colas cuando son cortadas. Se ha estudiado al
lagarto Anolis carolinensis, que es quizá el más cercano al hombre de los que
tienen esta capacidad. Se ha visto que se activan unos 326 genes en su proceso
reconstructivo.
O mejor aún con los ajolotes, que pueden regenerar
además de las extremidades el corazón, la retina y el hígado.
O hasta unos pequeños gusanos, que son capaces de
regenerar la cabeza cuando se les corta, ¡y con los recuerdos dentro! Bien es cierto que su sistema nervioso
no tiene mucho que ver con el nuestro, pero la idea es fascinante..
Con los nanorrobts se podrían llevar estos genes y
el resto de “ingredientes” sólo a los tejidos necesarios, y activar su
liberación da una manera totalmente controlada.
Parece que incluso si tuviéramos un accidente terrible y quedásemos
destrozados, si los médicos pudieran mantener vivos nuestros tejidos con
máquinas y demás, podrían después llegar a regenerarnos por completo.
Y luego está ya la biología sintética, en la que ahondaremos otro día.
Baste decir que, hoy por hoy, puede crearse un gen que no esté presente en al
naturaleza tecleando su secuencia en un ordenador, y después apretando un botón
y obtenerlo, en forma de molécula, en un tubito. Genes que realizarían funciones
nuevas, que de forma natural no se han
producido... porque no había necesidad. Hasta ahora. Porque una de las
vías más alucinantes de la ciencia actual, que también veremos próximamente en
el Laboratorio del Imaginante, es la fusión del hombre con las máquinas. Una
fusión física, tejido con metal, incluso cerebro con computadoras cognitivas.
Se está trabajando mucho en estas conexiones, sobre todo desde el punto de
vista de las máquinas, tratando de acoplarlas de la mejor manera posible a las
estructuras biológicas. Por ejemplo con nanotubos de carbono capaces de unirse
a una sola neurona. Pero, ¿y si pudiésemos avanzar también desde el otro lado?
¿Y si pudiésemos crear estructuras biológicas con terminales, por ejemplo,
capaces de interactuar eficazmente con prótesis robóticas, quizá con todo un
cuerpo robótico? Ya no sería sólo que las máquinas pudieran leer nuestras
instrucciones biológicas, sino conseguir que nuestros cuerpos llegasen a hablar
un lenguaje común.
De ser así, estaríamos en disposición de trascender la naturaleza de
nuestros cuerpos y emprender un nuevo camino evolutivo que ya no sería sólo biológico.
Quién sabe, ya hablaremos de ello con más tiempo otro día, pero incluso nuestra
consciencia podría tener en el futuro un soporte no biológico.
[1] Esta nueva
molécula mide entre 20 y 30 nanómetros (un nanómetro equivale a la mil
millonésima parte de un metro). Se trata de un grupo de moléculas (o micela)
colocadas de forma que su extremo
hidrofílico (que es atraído por el agua) apunta hacia dentro y el hidrofóbico
(que es repelido por el agua) apunta hacia fuera. ® La parte hidrofóbica se debe fusionar de algún modo a
la membrana para evacuar el fármaco en el interior.
Cada una de ellas contiene porfirinas, unos compuestos orgánicos
presentes en el cuerpo de forma natural, por ejemplo en la hemoglobina, dentro
del componente que da a la sangre su color rojo. En su versión nanométrica, las
nanoporfirinas tienen la ventaja de que pueden entrar en las células tumorales
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