Esto que os voy a contar es la versión extendida de mi sección El
laboratorio del Imaginante que se emitió el pasado 19 de octubre (sí, actualizo el blog así de despacio... ¡ejem!) en La escóbula de la Brújula.
Tenía ganas de hablar por fin del cerebro, pues es
uno de los campos de investigación en los que más se está avanzando y de los
que más prometedores resultan. La tecnología y varias investigaciones paralelas
están dando vida a todo aquello que Cajal observaba en sus tinciones,
dotándolas de significado y permitiéndonos interactuar por fin. ¿Se puede leer
un cerebro, saber en lo que está pensando su dueño? ¿Y escribir en él,
insertarle recuerdos? ¿Y cambiarlos, trocar una sensación agria asociada a una
vivencia por un recuerdo amable?
Pues de todo eso va la entrada de hoy.
El laboratorio...
La primera investigación que traigo sobre el tema viene de Holanda,
donde se hizo un estudio sobre 39 pacientes aquejados de depresión a los que se
les estaba aplicando la terapia electroconvulsiva (TEC), y en ella se constató
que los recuerdos se pueden borrar selectivamente por electrochoque.
El
experimento empezaba enseñándole a los pacientes dos historias emotivas que
iban ilustradas por diapositivas. Tiempo después, les enseñaban alguna de las
diapositivas para que evocaran el recuerdo de la historia, y en ese momento les
aplicaban un TEC. Lo que los simpáticos investigadores electrocutores
comprobaron es que entonces ese recuerdo concreto se perdía. Se borraba de la
memoria.
Esto
complementa lo que ya se sabía sobre las diferentes etapas de la memoria:
Codificación. Aprendizaje.
Consolidación.
Proceso
de recuerdo. Lo que logramos recordar.
Reconsolidación. Cuando un recuerdo ya consolidado se evoca (mediante una foto, un olor, una
canción...). En este momento es cuando la memoria se vuelve lábil y puede ser modificada por
un factor externo, como el TEC.
El segundo estudio que comentamos en el programa tiene una
foto fabulosa, de lo que parece un cruce entre un ratón y un coche de policía,
y un buen título: Controlando la mente con lásers.
La investigación la llevaron a cabo científicos del MIT liderados por el Nóbel Susumo Tonegawa, y consistió en cambiar la sensación de miedo asociada a un recuerdo por una sensación placentera utilizando una técnica llamada optogenética.
La
optogenética utiliza un láser para activar y desactivar circuitos neuronales.
Lo hace gracias a una proteína sensible a la luz azul que procede de una
especie de alga. Esta proteína se introduce mediante cirugía y vectores en
algunas neuronas concretas de los ratones, y actúa como una especie de
interruptor: cuando recibe la luz azul –por el expeditivo método de encender
una bombilla azul que se ha insertado en el cerebro-, la proteína desencadena
una respuesta química en la neurona, activándola.
Lo
interesante es que las neuronas del cerebro no están solas, sino que se unen
unas con otras formando redes. Al conjunto de neuronas que se activan a la vez,
por ejemplo porque en ellas se almacene un recuerdo concreto, se le llama
engrama.
Los
recuerdos completos, además, no se guardan “de una pieza” en la misma parte del
cerebro, sino que, por ejemplo, el hipocampo almacena el contexto donde ocurrió
el suceso, mientras que la amígdala recoge las emociones asociadas a dicho
suceso.
La
pregunta surge sola: ¿Puede el engrama de un recuerdo “cortar” el vínculo con
una sensación negativa y asociarse a una nueva emoción positiva? De ser así,
adiós a los recuerdos traumáticos...
Para
comprobarlo los investigadores marcaron con la proteína las neuronas que registraron
una experiencia que estaban viviendo los ratones (su engrama). Tiempo después,
aplicaron luz azul y activaron artificialmente el engrama. Los ratones
manifestaban el sentimiento que habían asociado al recuerdo, por ejemplo:
“premio”.
Y
entonces vino el truco: los científicos activaron el engrama de nuevo pero esta
vez le sometieron a la emoción contraria: “castigo”. ¿Y qué pasó? Pues que los
ratones asociaron a partir de entonces ese recuerdo a la nueva emoción.
Una
explicación fisiológica de porqué cuando alguien acude al psicólogo para que le
curen una fobia puede superar con éxito esa experiencia rememorándola mientras
está relajado.
Y por fin llegamos a mi investigación favorita: ¿Se puede energetizar el cerebro? ¿Hay
alguna manera de estimularlo para potenciar sus capacidades? Pues sí se puede,
y sin usar drogas, como seguro que estáis pensando...
La
Estimulación Transcraneal por Corriente Directa, o ETCD, se está revelado como
una panacea capaz de elevar a la enésima potencia el rendimiento del cerebro.
Consiste en la aplicación de unas corrientes muy pequeñas a través de unos
electrodos que se colocan en áreas específicas del cráneo.
Por ejemplo, dos miliamperios en la
parte frontal inferior del córtex, durante treinta minutos, consiguen que el
tiempo de aprendizaje de un entrenamiento militar se reduzca a la mitad.
¿Entrenamiento
militar? Pues sí, claro, ¿quién pensábais que pagaba estas cosas? Pues nuestra
viaje amiga DARPA, la agencia de proyectos de investigación avanzados de
defensa de Estados Unidos. Una agencia con proyectos en el límite de lo posible
y que se permite un 90% de fracasos porque el 10% restante cambiará el mundo.
En este caso, esperan de la ETCD aplicaciones en el entrenamiento de sus
soldados, desde francotiradores a controladores aéreos; tratamiento de lesiones
y de estrés postraumático; aceleración del aprendizaje; capacidad de dejar
inconscientes a las tropas enemigas o tan confundidas que no puedan combatir,
sin capacidad de decisión... E incluso imaginan la ventaja de poder mantener a
alguien despierto mientras se le somete a tortura.
Pero no todo tiene por qué ser tan morboso: según
en qué parte del cráneo sea aplicada, con la ETCD se puede aumentar la
concentración y el aprendizaje, el razonamiento lógico, la fuerza física y la
velocidad, y hasta incrementar la capacidad de planificar e incluso de mentir.
Para aquellos más osados hay disponibles kits comerciales de ETCD por un precio
de unos 200 $ que incluyen los electrodos y la batería y con los que se podría
(teóricamente) cambiar el funcionamiento cerebral de cualquier persona. Eso sí,
que cada cual lo valore por su cuenta y riesgo, porque entre otras cuestiones
no se ha estudiado bien todavía el efecto de la ETCD a largo plazo. ¿Puede
provocar cambios permanentes en el cerebro? Si estimulamos una capacidad,
¿disminuimos otra?
...del Imaginante.
Los estudios generales y estos experimentos están demostrando que la
manipulación de la consciencia por métodos artificiales es posible. Algunos
medios requieren cirugía, medicamentos o electroshocks, y otros son más sutiles
(ETCD) pero siguen requiriendo un contacto físico.
Pero hay otros grupos trabajando con tecnología
distinta que ya no requiere ese contacto físico: ultrasonidos, lásers, o la famosa
EMT, la Estimulación Magnética
Transcraneal. Ésta utiliza un imán para, por medio de pulsos magnéticos en el
cuero cabelludo, activar de forma no invasiva distintas zonas del cerebro.
Así que puedo imaginar una especie de casco
potenciador del cerebro, algo liviano, quizá como unos auriculares, que
llevemos de manera cotidiana y que nos permita canalizar y potenciar nuestra
capacidad para realizar aquello que estemos llevando a cabo: estudiar,
conducir, disfrutar de música, comida o sexo, reflexionar, hacer deporte...
quizá incluso lograr un sueño reparador. Todo al límite, con una intensidad
inusitada. Hasta ahí todo bien. Es beneficioso y no crea adicción –no hay
drogas- ni efectos secundarios. Podríamos incluso alienarnos eliminando con él cualquier
recuerdo perturbador: una especie de Prozac electrónico.
Pero, ¿y si alguien nos aplicara ese tratamiento
sin que fuésemos conscientes? Con
uno de esos otros sistemas que no requieren el contacto. La primera posibilidad
es la más clásica e inquietante: un gobierno distópico que manipulase a su
antojo los recuerdos, la capacidad crítica y los intereses de sus ciudadanos.
Todos felices y poco conflictivos. Sí, ya está la televisión, pero esto sería
silencioso e invisible. Emisores de ondas ocultos en las farolas, en los
autobuses públicos, en los contadores de la luz de cada domicilio, desde torres
como las de telefonía. Una emisión contínua, pacificadora, suavizante. Los
operarios que las instalasen no sabrían de su existencia: sus supervisores les
borrarían el recuerdo después de cada jornada. Y a ellos, sus respectivos
jerifaltes.
Pero bajemos de escala. ¿podría un equipo altamente
cualificado y con la mejor tecnología manipular la mente de una sola persona?
Un todopoderoso empresario, a punto de comprar –o no- una empresa rival. O un
primer político, a punto de declarar –o no- la paz o la guerra con otra
potencia. Creo recordar que había estudios en esta línea por parte de la CIA.
Claro que eran de hace más de cuarenta años... y la tecnología y conocimientos
de hoy no son los mismos.
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