Esta vez en La Escóbula de la Brújula íbamos a hablar sobre la Inquisición, así que me
pareció divertido llevar la búsqueda de la inmortalidad a mi sección El
laboratorio del Imaginante: más de uno hubiera acabado en la hoguera si le
pillan haciendo algunas de las cosas que vamos a ver ahora.
Porque, ¿transfusiones de sangre de dulces efebos
en pleno siglo XXI? ¿De verdad? Pues sí, y hasta avaladas por sesudos estudios
de la Universidad de Stanford.
Eso, y mucho más...
En los últimos años va cobrando
fuerza una nueva forma de ver las cosas: considerar el envejecimiento no como
un proceso natural, sino como una enfermedad degenerativa que produce dolor y,
en último término, la muerte.
Hasta ahora la medicina nos ha permitido aumentar
progresivamente la esperanza de vida, pero más como consecuencia del tratamiento
correcto de las enfermedades que por ser un objetivo concreto. A fin de cuentas
el envejecimiento y la muerte son dos procesos naturales e inevitables. ¿O
quizá no?
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No es Gandalf el Gris, sino Aubrey de Grey |
La pregunta que se hace Aubrey de Grey, el excéntrico biogerontólogo inglés, tiene su sentido.Nosotros tenemos unos sistemas propios
de regeneración que renuevan de forma natural los tejidos que se rompen o
degradan. Células frescas que nacen de las células madre para ocupar el sitio
de las que envejecen y mueren. Sucede incluso en el cerebro.
Pero si
nosotros estamos formados por órganos, los órganos por tejidos, los tejidos por
células, y las células viejas se van renovando permanentemente por otras
células nuevas, entonces, ¿por qué diablos envejecemos?
Los científicos que investigan el envejecimiento lo han fraccionado en
parcelas más pequeñas, de manera que ya no es un proceso inconcreto e irresoluble,
sino una suma de problemas a los que se les puede plantar cara uno a uno.
o Mutaciones
del ADN que derivan en cánceres.
o Mutaciones
en el ADN mitocondrial.
o Acumulación
de desechos intracelulares, como los radicales libres.
o Lo
mismo, con desechos extracelulares.
o Pérdida
de células (regeneración inferior a la pérdida).
o Envejecimiento
celular (relacionado con la telomerasa)
o Deterioro
de las conexiones intercelulares ® tejidos acartonados.
Así podemos desarrollar estrategias basadas
en unos u otros caminos:
Retrasar el envejecimiento
extirpando las células envejecidas.
Eliminar las células viejas para mantener un organismo joven parece de
perogrullo, pero por lo visto funciona. Fue una investigación que se hizo en la
Clínica Mayo, en Minnesota. Emplearon un medicamento para eliminar las células
senescentes en ratones y lograron un retraso en la aparición de síntomas como
las cataratas, la pérdida de músculos y la formación de arrugas.
Más que un aumento de la vida, lo que hace es
retrasar los síntomas de la vejez.
Obtener tratamientos derivados
de la lucha contra trastornos del desarrollo (progeria y síndrome X, ambas
enfermedades con base genética).
Investigaciones a caballo entre Barcelona y
California, dirigidas por el doctor Juan Carlos Izpisúa, tratan de identificar
las mutaciones que provocan el envejecimiento acelerado. Si se pudiesen
encontrar los medicamentos que bloqueasen esos errores, quizá podrían
utilizarse para luchar también contra los síntomas del envejecimiento
corriente.
De momento, uno de los elementos identificados es
la creación de una membrana celular defectuosa, que a su vez implica una
lectura deficiente de los genes.
El síndrome X es lo opuesto, la falta de crecimiento, como el caso de
Brooke Greenberg, que con 12 años de edad no medía mas de 70 cm. Es como si el
desarrollo se detuviese en un momento dado. Impedía el desarrollo, pero en
parte, también el declive. ¿Podríamos llegar a controlar este proceso para
pararlo en las personas maduras, justo antes de que empezase a degenerarse su
cuerpo?
Al parecer, el síndrome X tiene base genética.
¿Hay acaso genes encargados específicamente de regular el envejecimiento? Un
análisis genético realizado en el Hospital Monte Sinaí en pacientes con la
enfermedad encontró 3 genes con anomalías, dos de los cuales sí que parecían
influir en el envejecimiento. ¿Y si pudiéramos inutilizamos?
Vivir 120 años gracias a los
telómeros.
Los telómeros
son unas estructuras que confieren estabilidad a los extremos de los cromosomas. Son como los capuchones de
plástico que hay en los extremos de los cordones de los zapatos. Si el plástico
se rompe, el cordón se despelucha.
Pues algo así sucedería con los cromosomas. El
problema es que en cada división celular los telómeros se acortan un poco,
hasta que impiden el proceso de división celular. Por eso las células del
cuerpo tienen una “fecha de caducidad” y no se pueden dividir
indefinidamente.
Hay una hormona, la telomerasa, que regenera los
telómeros. Pero la actividad de la hormona decae con la edad.
Tratamientos con telomerasa en ratones, a cargo de
la científica española María Blasco, han conseguido alargar la vida de los
roedores en un 25%. Sólo con esta enzima.
Retrasando el reloj biológico.
La metilación es un mecanismo químico que regula la expresión de los
genes. Es quizá el mecanismo epigenético (que regula la expresión de los genes)
más importante. Es un indicador perfecto de la edad biológica, frente a la edad
cronológica. Por eso lo llaman “el reloj biológico”. Tenemos los mismos genes de bebés que de ancianos, pero la forma en
la que estos se expresan es diferente: una persona no tiene el mismo grado de
metilación cuando es joven que cuando es un anciano. Por lo general los
ancianos tienen su genoma menos metilado: es menos estable y se regula peor. Es
decir, que no solo acumulan en sus genes los errores de toda una vida de
mutaciones, sino que además se lee peor la información de esos genes. O a
destiempo.
Pero hay buenas noticias: este
proceso degenerativo no es solo gradual, sino reversible. Manel Esteller,
director del programa de epigenética del Hospìtal Bellvitge, propone frenar el
envejecimiento suministrando los químicos epigenéticos que se han ido perdiendo
con la edad. Haríamos funcionar a nuestro genoma en toda su plenitud. Daríamos
marcha atrás al reloj.
Hay fármacos que pueden ayudar a
variar el nivel de metilación. El ácido fólico, por ejemplo, facilita la
metilación y ayuda rejuvenecer. Así que todos a comer espinacas ;o)
Y ahora... la investigación
favorita del Imaginante: el elixir de la eterna juventud, o juventud destilada
(literalmente).
Hemos visto tratamientos basados en el suministro de telomerasa, hasta
devolverla a los valores propios de la juventud, o en la aplicación de la hormona
del crecimiento (hay por ahí un experimento con ratones en el que se consiguió
por esta vía que vivieran el equivalente de 200 años humanos) que son muy
tentadores. O lo último, refrescar nuestro ADN reponiendo todos esos químicos
epigenéticos perdidos que regulan la manera en que se expresa.
La idea que subyace en ellos es que podríamos
conseguir un cóctail de sustancias con el que hacer que nuestro cuerpo
funcionase igual que en la juventud. Recordemos: nuestro genoma sigue siendo el
mismo; seguimos fabricando células nuevas, aunque más despacio... Pero es como
si nos faltara algo. Algo que los jóvenes tienen y que los adultos han ido
perdiendo de manera paulatina.
Visto así, ¿no sería más sencillo tomar
directamente los fluidos de los jóvenes
y transfundírselos a los viejos para rejuvenecerlos? ¿Chuparles la sangre?
Pues contra todo pronóstico, parece que la idea
funciona.
Es una investigación de la Universidad de
Stanford que se publicó en Nature, lo que da credibilidad a una idea que parece
de Bram Stoker: ni más ni menos que rejuvenecer a ancianos con transfusiones de
sangre de individuos jóvenes. Sangre joven (y nutritiva) repleta de sustancias
químicas, como la proteína GDF11, un factor de crecimiento que produce toda
clase de efectos y cambios en el receptor: músculos más jóvenes y fuertes y
corazones reparados. También se
activan proteínas epigenéticas, como CREB, que mejora la memoria, la plasticidad
sináptica y las funciones cognitivas. Cerebros con tejidos más frescos.
En una palabra:
funciona. ¿En hombres? De momento en ratones... pero nada impide que pueda ser
así también en humanos. Lo cual resulta sumamente para esa numerosa y poderosa población,
sobre todo de los países ricos, que va envejeciendo a marchas forzadas.
El escenario que
esta posibilidad dibuja es morbosamente inquietante. Empezaríamos con el flujo
de plasma, y no hablo de astronomía, sino de bolsas y bolsas de plasma
sanguíneo extraído y depurado de donantes jóvenes en dirección a las venas de
los ancianos que fueran a tratarse.
En los primeros estadíos del procedimiento,
como tanteando, los receptores serían enfermos de Alzhéimer o de demencia. Después,
viendo lo beneficioso de la terapia, todos los mayores querrían probarlo.
Por supuesto, las donaciones serían
insuficientes y hasta incómodas en un sector donde el negocio podría ser muy
lucrativo. Una segunda juventud, en el ocaso de la vida... sí, el plasma joven se
pagaría a muy buen precio. Los jóvenes con menos recursos, quizá los de países pobres,
venderían su sangre para que los viejos se sintieran poderosos y los
intermediarios se forrasen.
Pero eso sería el principio.
Lo vulgar. Porque lo verdaderamente interesante
sería un tratamiento de choque con un efecto mayor y más duradero. Déjate de
sucedáneos y vete a la fuente.
Hibrídate con un joven.
La parabiosis es un
procedimiento mediante el que dos organismos se unen quirúrgicamente y
comparten fluidos y sistemas, como el circulatorio. Ésto se ha hecho con ratones para estudiar los efectos sobre
el envejecimiento, y los resultados han sido asombrosos.
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No es que están juntos. Es que los han fusionado. |
¿Qué efectos obrará la sangre del viejo en el
joven? Qué más da.
El anciano saldrá de la clínica renovado. Las
transfusiones están bien, son un mantenimiento, pero esto... esto es el elixir
de la eterna juventud.
Pero posiblemente no todos los jóvenes sean
iguales. Cada anciano millonario tendrá necesidades concretas. Se establecerán
grupos de compatibilidades fisiológicas, se identificará a muchachos
singulares, auténticos purasangre con una dotación cuasi sobrenatural de tal o
cual factor biológico que el cuerpo del anciano necesite especialmente. El viejo
forrado, claro, tendrá interés en que sus fuentes de juventud permanezcan lo
más sanas y cuidadas posibles.
Y disponibles.
La escena que se conforma es inevitable: una
clase de ancianos hiperlongevos y artificiosamente saludables; una clase
dominante, pues los suponemos ricos e influyentes para poder pagar sus
tratamientos, y frente a ellos, cuidados en instituciones que no serán sino
caballerizas de lujo, rebaños de jovencitos sanos y lozanos, fuente de
hormonas, fluidos rejuvenecedores y tejidos con los que reponer los de esos
vampiros poderosos, ladrones de glándulas, que vivirán doscientos, trescientos
años.
Y que probablemente, por el poder y la riqueza
acumulados, nos dominarán al resto.
Ya ha empezado.
Miren a Sofía Loren.
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