miércoles, 28 de enero de 2015

En busca de la inmortalidad




Esta vez en La Escóbula de la Brújula íbamos a hablar sobre la Inquisición, así que me pareció divertido llevar la búsqueda de la inmortalidad a mi sección El laboratorio del Imaginante: más de uno hubiera acabado en la hoguera si le pillan haciendo algunas de las cosas que vamos a ver ahora.
Porque, ¿transfusiones de sangre de dulces efebos en pleno siglo XXI? ¿De verdad? Pues sí, y hasta avaladas por sesudos estudios de la Universidad de Stanford.
Eso, y mucho más...



En los últimos años va cobrando fuerza una nueva forma de ver las cosas: considerar el envejecimiento no como un proceso natural, sino como una enfermedad degenerativa que produce dolor y, en último término, la muerte.
Hasta ahora la medicina nos ha permitido aumentar progresivamente la esperanza de vida, pero más como consecuencia del tratamiento correcto de las enfermedades que por ser un objetivo concreto. A fin de cuentas el envejecimiento y la muerte son dos procesos naturales e inevitables. ¿O quizá no?

No es Gandalf el Gris, sino Aubrey de Grey
La pregunta que se hace Aubrey de Grey, el excéntrico biogerontólogo inglés, tiene su sentido.Nosotros tenemos unos sistemas propios de regeneración que renuevan de forma natural los tejidos que se rompen o degradan. Células frescas que nacen de las células madre para ocupar el sitio de las que envejecen y mueren. Sucede incluso en el cerebro.
Pero si nosotros estamos formados por órganos, los órganos por tejidos, los tejidos por células, y las células viejas se van renovando permanentemente por otras células nuevas, entonces, ¿por qué diablos envejecemos?

Los científicos que investigan el envejecimiento lo han fraccionado en parcelas más pequeñas, de manera que ya no es un proceso inconcreto e irresoluble, sino una suma de problemas a los que se les puede plantar cara uno a uno.

o   Mutaciones del ADN que derivan en cánceres.
o   Mutaciones en el ADN mitocondrial.
o   Acumulación de desechos intracelulares, como los radicales libres.
o   Lo mismo, con desechos extracelulares.
o   Pérdida de células (regeneración inferior a la pérdida).
o   Envejecimiento celular (relacionado con la telomerasa)
o   Deterioro de las conexiones intercelulares ® tejidos acartonados.

Así podemos desarrollar estrategias basadas en unos u otros caminos:

Retrasar el envejecimiento extirpando las células envejecidas.
Eliminar las células viejas para mantener un organismo joven parece de perogrullo, pero por lo visto funciona. Fue una investigación que se hizo en la Clínica Mayo, en Minnesota. Emplearon un medicamento para eliminar las células senescentes en ratones y lograron un retraso en la aparición de síntomas como las cataratas, la pérdida de músculos y la formación de arrugas.
Más que un aumento de la vida, lo que hace es retrasar los síntomas de la vejez.

Obtener tratamientos derivados de la lucha contra trastornos del desarrollo (progeria y síndrome X, ambas enfermedades con base genética).
La progeria es una enfermedad que provoca en los niños un envejecimiento muy acelerado.

Investigaciones a caballo entre Barcelona y California, dirigidas por el doctor Juan Carlos Izpisúa, tratan de identificar las mutaciones que provocan el envejecimiento acelerado. Si se pudiesen encontrar los medicamentos que bloqueasen esos errores, quizá podrían utilizarse para luchar también contra los síntomas del envejecimiento corriente.
De momento, uno de los elementos identificados es la creación de una membrana celular defectuosa, que a su vez implica una lectura deficiente de los genes.

El síndrome X es lo opuesto, la falta de crecimiento, como el caso de Brooke Greenberg, que con 12 años de edad no medía mas de 70 cm. Es como si el desarrollo se detuviese en un momento dado. Impedía el desarrollo, pero en parte, también el declive. ¿Podríamos llegar a controlar este proceso para pararlo en las personas maduras, justo antes de que empezase a degenerarse su cuerpo?
Al parecer, el síndrome X tiene base genética. ¿Hay acaso genes encargados específicamente de regular el envejecimiento? Un análisis genético realizado en el Hospital Monte Sinaí en pacientes con la enfermedad encontró 3 genes con anomalías, dos de los cuales sí que parecían influir en el envejecimiento. ¿Y si pudiéramos inutilizamos?

Vivir 120 años gracias a los telómeros.
Los telómeros son unas estructuras que confieren estabilidad  a los extremos de los cromosomas. Son como los capuchones de plástico que hay en los extremos de los cordones de los zapatos. Si el plástico se rompe, el cordón se despelucha.
Pues algo así sucedería con los cromosomas. El problema es que en cada división celular los telómeros se acortan un poco, hasta que impiden el proceso de división celular. Por eso las células del cuerpo tienen una “fecha de caducidad” y no se pueden dividir indefinidamente.
Hay una hormona, la telomerasa, que regenera los telómeros. Pero la actividad de la hormona decae con la edad.
Tratamientos con telomerasa en ratones, a cargo de la científica española María Blasco, han conseguido alargar la vida de los roedores en un 25%. Sólo con esta enzima.

Retrasando el reloj biológico.
La metilación es un mecanismo químico que regula la expresión de los genes. Es quizá el mecanismo epigenético (que regula la expresión de los genes) más importante. Es un indicador perfecto de la edad biológica, frente a la edad cronológica. Por eso lo llaman “el reloj biológico”. Tenemos los mismos genes de bebés que de ancianos, pero la forma en la que estos se expresan es diferente: una persona no tiene el mismo grado de metilación cuando es joven que cuando es un anciano. Por lo general los ancianos tienen su genoma menos metilado: es menos estable y se regula peor. Es decir, que no solo acumulan en sus genes los errores de toda una vida de mutaciones, sino que además se lee peor la información de esos genes. O a destiempo.
Pero hay buenas noticias: este proceso degenerativo no es solo gradual, sino reversible. Manel Esteller, director del programa de epigenética del Hospìtal Bellvitge, propone frenar el envejecimiento suministrando los químicos epigenéticos que se han ido perdiendo con la edad. Haríamos funcionar a nuestro genoma en toda su plenitud. Daríamos marcha atrás al reloj.
Hay fármacos que pueden ayudar a variar el nivel de metilación. El ácido fólico, por ejemplo, facilita la metilación y ayuda rejuvenecer. Así que todos a comer espinacas ;o)

Y ahora... la investigación favorita del Imaginante: el elixir de la eterna juventud, o juventud destilada (literalmente).
Hemos visto tratamientos basados en el suministro de telomerasa, hasta devolverla a los valores propios de la juventud, o en la aplicación de la hormona del crecimiento (hay por ahí un experimento con ratones en el que se consiguió por esta vía que vivieran el equivalente de 200 años humanos) que son muy tentadores. O lo último, refrescar nuestro ADN reponiendo todos esos químicos epigenéticos perdidos que regulan la manera en que se expresa.
La idea que subyace en ellos es que podríamos conseguir un cóctail de sustancias con el que hacer que nuestro cuerpo funcionase igual que en la juventud. Recordemos: nuestro genoma sigue siendo el mismo; seguimos fabricando células nuevas, aunque más despacio... Pero es como si nos faltara algo. Algo que los jóvenes tienen y que los adultos han ido perdiendo de manera paulatina.
Visto así, ¿no sería más sencillo tomar directamente los fluidos de los  jóvenes y transfundírselos a los viejos para rejuvenecerlos? ¿Chuparles la sangre?
Pues contra todo pronóstico, parece que la idea funciona.
Es una investigación de la Universidad de Stanford que se publicó en Nature, lo que da credibilidad a una idea que parece de Bram Stoker: ni más ni menos que rejuvenecer a ancianos con transfusiones de sangre de individuos jóvenes. Sangre joven (y nutritiva) repleta de sustancias químicas, como la proteína GDF11, un factor de crecimiento que produce toda clase de efectos y cambios en el receptor: músculos más jóvenes y fuertes y corazones reparados. También se activan proteínas epigenéticas, como CREB, que mejora la memoria, la plasticidad sináptica y las funciones cognitivas. Cerebros con tejidos más frescos.

Wenceslao Fernández Flórez: un visionario.
En una palabra: funciona. ¿En hombres? De momento en ratones... pero nada impide que pueda ser así también en humanos. Lo cual resulta sumamente para esa numerosa y poderosa población, sobre todo de los países ricos, que va envejeciendo a marchas forzadas.

El escenario que esta posibilidad dibuja es morbosamente inquietante. Empezaríamos con el flujo de plasma, y no hablo de astronomía, sino de bolsas y bolsas de plasma sanguíneo extraído y depurado de donantes jóvenes en dirección a las venas de los ancianos que fueran a tratarse.
En los primeros estadíos del procedimiento, como tanteando, los receptores serían enfermos de Alzhéimer o de demencia. Después, viendo lo beneficioso de la terapia, todos los mayores querrían probarlo.
Por supuesto, las donaciones serían insuficientes y hasta incómodas en un sector donde el negocio podría ser muy lucrativo. Una segunda juventud, en el ocaso de la vida... sí, el plasma joven se pagaría a muy buen precio. Los jóvenes con menos recursos, quizá los de países pobres, venderían su sangre para que los viejos se sintieran poderosos y los intermediarios se forrasen.
Pero eso sería el principio.
Lo vulgar. Porque lo verdaderamente interesante sería un tratamiento de choque con un efecto mayor y más duradero. Déjate de sucedáneos y vete a la fuente.
Hibrídate con un joven.

La parabiosis es un procedimiento mediante el que dos organismos se unen quirúrgicamente y comparten fluidos y sistemas, como el circulatorio. Ésto se ha hecho con  ratones para estudiar los efectos sobre el envejecimiento, y los resultados han sido asombrosos.
No es que están juntos. Es que los han fusionado.
Así que imagínense. Un anciano millonario ingresando en una discreta clínica suiza dispuesto a experimentar su particular festival de rejuvenecimiento, como hacían los faraones de Egipto. Una estancia en la que compartirá lecho con un joven efebo al que conectarán sus venas. Absorberá su vida y su juventud en el proceso: la sangre del joven circulará por las venas del viejo devolviendo a su organismo el vigor y la fuerza perdidos.
¿Qué efectos obrará la sangre del viejo en el joven? Qué más da.
El anciano saldrá de la clínica renovado. Las transfusiones están bien, son un mantenimiento, pero esto... esto es el elixir de la eterna juventud.
Pero posiblemente no todos los jóvenes sean iguales. Cada anciano millonario tendrá necesidades concretas. Se establecerán grupos de compatibilidades fisiológicas, se identificará a muchachos singulares, auténticos purasangre con una dotación cuasi sobrenatural de tal o cual factor biológico que el cuerpo del anciano necesite especialmente. El viejo forrado, claro, tendrá interés en que sus fuentes de juventud permanezcan lo más sanas y cuidadas posibles.
Y disponibles.
La escena que se conforma es inevitable: una clase de ancianos hiperlongevos y artificiosamente saludables; una clase dominante, pues los suponemos ricos e influyentes para poder pagar sus tratamientos, y frente a ellos, cuidados en instituciones que no serán sino caballerizas de lujo, rebaños de jovencitos sanos y lozanos, fuente de hormonas, fluidos rejuvenecedores y tejidos con los que reponer los de esos vampiros poderosos, ladrones de glándulas, que vivirán doscientos, trescientos años.
Y que probablemente, por el poder y la riqueza acumulados, nos dominarán al resto.
Ya ha empezado.
Miren a Sofía Loren.
 
La Señora con setenta y tres años. Y recién levantada, miren...


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